Reflexión dominical 03.10.10
"¿Quién puede apreciar la santidad y la perfección de Aquella que fue elegida para ser Madre de Cristo?
¿Qué dones debió tener, quien fue elegida para ser el único familiar más cercano en la tierra al Hijo de Dios y la única a la que Él estaba obligado por naturaleza a venerar y admirar? ¿Quién fue la escogida para guiarle y educarle, para instruirle día a día, a medida que crecía en sabiduría y en estatura?"
Así escribía, meditando el plan de Dios sobre Santa María, John Henry Newman, beatificado por Benedicto XVI en su última visita a Inglaterra, el 19 de septiembre de 2010.
El beato nació en Londres el 22 de febrero de 1801, de familia anglicana, aristócrata. Estudió en los mejores colegios. Llegó a ser sacerdote coadjutor, párroco y formador universitario, dentro del anglicanismo.
A sus predicaciones acudían entre quinientos y setecientos universitarios. Enseñaba, predicaba y escribía muchísimo. Viajó por Europa. Llegó incluso a Roma a la que, por su formación anglicana, tenía mucha antipatía.
Sin embargo, "su espíritu ansioso de verdad, comenzó a admirar la liturgia católica, el culto a la Eucaristía, los templos y altares dedicados a la Virgen, la presencia y abnegación de los religiosos católicos". Todo esto se le iba grabando en el alma.
Su corazón inquieto ansiaba la verdad completa.
Sufría al conocer el relativismo, muy parecido al de nuestros tiempos, que empezó a pulular en su ambiente.
Imposible apagar la inquietud de su alma y el hambre de la verdad.
Era un nuevo Agustín buscando la verdad de Dios y al Dios de la verdad.
Es interesante recordar cómo la muerte prematura de una hermana suya le llenó de dolor. Para distraerse y descansar viajó.
Cayó enfermo en Sicilia y sintiéndose al borde de la muerte gritó:
"Yo no puedo morir aún, porque no he pecado contra la luz. No he encontrado aún la verdad".
Tiempo después, con un grupo de brillantes profesores, proclamó: "
La verdad plena está en el catolicismo. La católica es la única Iglesia establecida por Cristo".
El "movimiento hacia Roma" que inició, causó un gran revuelo en Inglaterra.
Pero el grupo siguió adelante. Newman decía: "Sólo la fe y la santidad son irresistibles".
La oposición y las condenas cayeron sobre él y los suyos. En adelante se retiraron a una pequeña y modesta casa solitaria en Littlemore.
En aquella soledad rezan, comparten y viven felices gozando con la verdad absoluta.
Un sencillo pasionista, el Padre Domingo Barberi, les fue ayudando a crecer en la fe. Este santo sacerdote los sostuvo en aquellos momentos difíciles con su ejemplo y consejos.
En la búsqueda por la verdad, el cardenal Newman, sufrió mucho.
Le pasó un poco lo que a Pablo: persecuciones por parte de los anglicanos y desconfianza por parte de algunos católicos hasta que, al fin, tuvo el consuelo de que el Papa León XIII le dio su afecto y confianza nombrándole cardenal en su país, Inglaterra, tan difícil para el catolicismo.
El beato sabía muy bien que quien se compromete con Cristo no puede separar lo que cree, de la vida. Por eso procuró ser consecuente hasta el final.
Consciente de que Dios le había llamado a la plenitud de la verdad escribió:
"Tengo mi misión, soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas. Dios no me ha creado para la nada. Haré el bien, haré su trabajo. Seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio. Si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él en mis quehaceres".
Convencido de haber llegado a la verdad y habiendo descubierto su misión, nos dice también: "
Me fiaré de Dios. Si estoy enfermo, que mi enfermedad le sirva. Si dudo, que le sirva mi duda..
Él no hace nada en vano. Puede quitarme a mis amigos. Puede colocarme entre extraños. Puede hacer que me sienta desolado, que mi alegría se venga abajo, puede quitarme el porvenir. Pero aún así Él sabe lo que hace".
La gran enseñanza del cardenal Newman para todos nosotros es la pasión por la verdad, la honestidad intelectual y la conciencia de que la conversión auténtica son costosas.
Newman nos enseña, además, que si hemos aceptado la verdad de Cristo y nos hemos comprometido con Él, no puede haber separación entre lo que creemos y lo que vivimos.
La vida respalda la fe y la fe respalda la vida.
Según Él, cada uno de nuestros pensamientos, palabras y obras deben buscar la gloria de Dios y la extensión de su Reino.
El día 11 de agosto de 1890 moría en Birminghan este gran hombre que llegó a ser obispo, cardenal y santo, dentro de la Iglesia de Jesús.
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Escribe: Monseñor José Ignacio Alemany Grau
John Henry Newman